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El fin de los días grises

Filosofea, que algo queda...

Recibo un sms a altas horas de la madrugada, anunciando su visita, breve, pero seguro que intensa, S. no defrauda.

Durante las primeras horas de la mañana, mientras D. está a mi lado estudiando, yo miro de vez en cuando el móvil, esperando que suene, o esperando también que no lo haga.

Y pasada la hora que parecía límite lo hace: suena. Y al otro lado aparece la siempre risueña voz de S., diciéndome que está en el aeropuerto de Málaga, con R., y que le diga donde quedamos, para tomar algo.

Nos encontramos, nos abrazamos, nos sorprendemos mútuamente de vernos fuera de Madrid (aunque no es la primera vez que así sucede). Dejamos mi coche en casa y las llevo a Pedregalejo, a tomar pescaíto, a oler el mar, a sentir la brisa, a ver la playa.

Después nos vamos a una tetería, donde compartimos una interesante charla sobre la confusión de sentimientos y la necesidad de arriesgar. Un Cinnamon Lassi, un zumo de frutas del bosque y un batido de miel, azahar y galleta -con un increíble sabor a roscón de Reyes- son las bebidas que mojan nuestras secas gargantas (es lo que tiene no parar de hablar).

De vez en cuando necesito de estas charlas filosóficas-metafísicas-metahumanas en las que tan a gusto me siento. No puedo interpretar siempre ese papel de persona metida en sí misma que reflexiona hasta el hartazgo, pero sí preciso de vez en cuando adoptar el papel de profesora de la vida, con unas imaginarias gafas que me doten de un aire intelectual, un hipotético cigarro que acompañe mis gestos, mis palabras y sobre todo mis silencios, y una copa de coñac que nunca he bebido.

Fueron unas horas agradables, que se completaron con unos breves, brevísimos, minutos con M., y una maravillosa noche con D.

Filosofea, que algo queda…

1 comentario

Helena -

No te imagino yo con gafas y un cigarro en la mano, eso sí filosofando de la vida siempre...

Un beso.