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El fin de los días grises

Más que nunca: paranoias

Un día pasa, y no tienes ganas de contar nada, quizás porque no tienes nada que contar.

Quizás porque todo sea demasiado personal.

Tal vez porque prefieres guardarte todo para ti misma.

Y eso no es ni bueno ni malo, simplemente es así.

Salgo, me quedo en casa, duermo, veo la tele, juego al ordenador, escucho música (enganchada a “La tortura”, Shakira y Alejandro Sanz mandan en mi cabeza), veo a D., alguna vez a M., me centro en mi propia estabilidad.

Leo periódicos, me informo de lo que pasa en el mundo, me acuerdo de quienes formaban el mío.

Falsifico acreditaciones, sueño con aventuras extraordinarias, alucino con series de televisión que tengo grabadas, me abstraigo de todo y todos.

Lloro, sonrío mucho, río en ocasiones, me emociono con Operación Triunfo, sufro con el Madrid de basket como nunca, ansío el ascenso del Madrid B por fin, añoro Madrid, me encanta Málaga y necesito Denia.

Aspiro a una vida distinta a la marcada por la sociedad, como el otro día hablaba con M. en la playa, me acerco a mi objetivo y me siento una incomprendida.

Fey canta canciones de un grupo del que siempre renegué, el aire acondicionado puesto a 17º (también lo rechacé durante toda mi vida), la televisión sigue apagada, el libro cerrado y la fregona en una esquina del salón. De esta casa que es mía en días como este, y compartida entre semana.

Riego plantas de otra persona y como comida que no me sale bien. Paso noches de San Juan en la cocina de un ‘hostel’, fumando alegría y sedienta de zumo de frutas del bosque, escuchando hablar en inglés y rememorando historias del pasado.

Hago la compra aunque la nevera no se vacíe, me entristezco aunque no tenga razones y me siento orgullosa de mí misma.

Pido comida italiana para una noche de velas, friego los cacharros, saco la basura, me prometo arreglar las patas de la cama.

Descorro las cortinas para que entre aire, las cierro para que no pegue el sol, pongo los pies sobre la mesa, el portátil encima de mis piernas, y escribo estas líneas.

Porque tenía que hacerlo, porque no me gusta abandonar el barco.

La vida y sus pequeños momentos. La gente y sus silencios. Los amigos y sus llamadas. Mi madre y su playa. Mi hermano y su sierra. El deporte y mis emociones. Mi novio y mi felicidad. El portátil y el blog.

Como la hoz y el martillo, como el sol y la luna, como la sal y la pimienta, como el frío y el calor.

Todo está unido, todo tiene su álter ego, o todo es lo mismo.

O yo ya no sé lo que es…

1 comentario

Helena -

No te sientas incomprendida por acercarte a lo que quieres para ti, no tienen porque comprenderlo el mundo, probablemente sólo te envidie...
Está bien saber que eres buena falsificando, mala cocinando y estupenda compañera de piso...por si acoso...;)
P.D. a mí también me tortura La tortura...
Besos.Adiós.