Días de vino y rosas
Qué pocas cosas hacemos en general con las personas más cercanas, con las que más nos importan.
Somos capaces de quedar a comer/cenar/merendar/desayunar con cualquier buen amigo, o con un amigo a secas, sin importar si llueva o truene, pero luego no quedamos a comer con nuestra madre, por ejemplo.
Somos capaces de irnos de viaje con el primero que conocemos que tiene gustos parecidos a los tuyos, y sin embargo, ¿cuantas veces desde que dejas de ser un niño viajas con tus padres?
Le cuentas tus más recónditos secretos a alguien a quien conociste hace semanas, y de quien a veces ni siquiera sabes los apellidos, pero no abrimos la boca ante nuestra familia si no es para protestar.
No sé, son reflexiones acerca de lo mal que administramos el tiempo, los cariños, las emociones y los amigos.
Se prevé una reestructuración vital, un cambio que ponga las cosas en el orden natural.
Acabó la Semana Santa, llevándose así horas de vueltas para buscar sitio, lluvias (o churrascos impertintentes como dice mi hermano), barbacoa precisamente bajo la lluvia, futbolines vencedores y tiritos de baloncesto, paseos en quad sin pisar el acelerador, viajes iniciales de más de 500 kms, torrijas, partido de baloncesto en Vistalegre, partido de fútbol en el Bernabéu, vistas preciosas en Nueva Sierra, muchas palabras esta vez, muchas necesidades, y lágrimas que se quedaron guardadas en una habitación.
Con la compañía de mi trío imprescindible, de las tres personas que organizan todo y mueven mis hilos de este teatrillo imaginario que a veces es mi vida.
He vuelto a la normalidad, aunque a veces ésta sea más normal que los días extraordinarios.
Todo es relativo, como un día me repitió hasta la saciedad él, el principal director de mi corazón.
1 comentario
becquer99 -
¡¡Me ha encantado la frase final!!