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El fin de los días grises

Regreso a casa

Suena la tele en la terraza, alta, la voz del hombre del telediario. Noticias sin final feliz, noticias repetidas hasta la saciedad, ya cansinos.

En mi habitación, a escasos metros, suena otra televisión. En esta ocasión el comentarista narra un partido de baloncesto, una nueva oportunidad de soñar con la victoria.

No puedo centrarme. No oigo mi tele, no escucho la suya, pero está a mi lado.

Y el baloncesto no tiene importancia si miro sus ojos y veo que está feliz. Que tampoco ve la tele, ni escucha la voz del hombre del telediario, sino que está pensando que en pocos metros tiene a lo que más quiere del mundo: sus hijos.

Quizás la cama en la que estoy tumbada no es la más cómoda. La tele que miro no es la más grande. Los ruidos que se mezclan no son lo mejor. Pero están mi hermano y mi madre en unos metros. Y eso consuela, rellena un corazón que a veces parece ir desgastándose.

Sus risas anoche, mientras le contaba una anécdota tonta. Sus abrazos mientras yo lloraba por mis paranoias. Su voz de apoyo, de consuelo, de amor incondicional. Nuestras conversaciones a tres bandas, hablando del Inolvidable, del nexo de unión, de mi padre, tan ausente y tan presente.

El regreso a casa no es cómodo, un viaje en coche durante casi 6 horas por unas obras en la carretera, a 33º y sin aire acondicionado. Pero todo merece la pena. Sus abrazos, su felicidad, sus ojos de "enamorada" de sus hijos.

En breve vuelvo a mi otra casa. Otro viaje incómodo, en un autobús, casi 7 horas. Pero llegaré y estará mi D., mi "otro yo", el que me completa del todo ese corazón que se va desgastando con los afectos (o con la falta de ellos). Soy una afortunada, aunque la distancia complique un poco la felicidad completa.

Pero, ¿quién dijo que vivir era fácil?

Siempre regreso a casa, en uno u otro lugar, siempre regreso a casa.

1 comentario

Paco -

Me encanta cuando nos cuentas la experiencia que supone tener dos hogares distantes cientos de kilómetros uno de otro.