El agua de la vida
Llegas a Brooklyn, después de más de una semana viajando sin casa fija, y por fin abres la maleta sabiendo que no tienes que andar haciéndola y deshaciéndola día tras día. Siete noches enteras, ocho días, en esta habitación pequeña pero acogedora de Bedford Ave, un enclave idílico, por el barrio en el que está, la gente que lo compone, los sitios que encuentras.
Sales a pasear para hacerte una primera idea, y porque después de visitar Boston, Niágara, Toronto, Ottawa, Montreal y Washington necesitas parar, pasear, relajarte mirando calles, sin camino fijo.
Y te encuentras con una de esas imágenes que has visto mil veces en una película americana: una boca de riego rota, el agua saliendo a borbotones, la gente mojándose. Y llega uno que parece saber mucho de ésto y con una lata obra el milagro y el agua se dirige al punto al que él quiera, con una fuerza y una altura tremenda.
Y las carcajadas se suceden mientras se ve el episodio, y todos, niños y mayores, se mojan, nos mojamos, nos reímos y deseamos que el espectáculo continúe.
Y es ahí, justo en ese momento, cuando envidio esa sensación de barrio que hoy he tenido en Brooklyn, con gente chocándose la mano, llamándose unos a otros para que no se perdieran el espectáculo. Un buen rollo que me ha contagiado y que he deseado tener para mí. Escuchando a latinos hablar inglés, latinos hablar castellano, americanos hablar español. Feliz, sin más.
La aventura en la Gran Manzana por fin comienza. Ya ha comenzado. Y mañana viviré con dos de los mejores periodistas de baloncesto de España uno de los mayores espectáculos de fútbol para nuestro país. Qué paradoja. Qué felicidad.
2 comentarios
DAni -
Cris -