Queman las palabras
Queman las manos, los dedos, la cabeza retumba, y las ideas fluyen.
Es entonces cuando me siento más viva, cuando las palabras acuden a mí, cuando entiendo que esto es lo que quiero hacer: escribir.
Me oprimen los nervios, me diluyo en sentimientos, sueño con los ojos que miran la pantalla por el otro lado, en todos aquellos que nunca leerán esto, en la importancia (mucha o poca) de las letras, en el enorme privilegio de tener un refugio para mi alma.
Si estoy preocupada acudo a mi teclado, aunque eso no significa que sustituya ninguna otra cosa.
Nada puede sustituir a la mirada del interlocutor.
No cambio mis palabras por una cena como la que pasamos con H., Q. y esos dos regalos con forma de niña.
Ni las cambio por ese breve encuentro con A. y S., en torno a una mesa de cocina (nueva), con coca-cola light, Tina y mucho fútbol teñido de recuerdos.
Tampoco las cambio por otra cena con mis amigas, con las que no me fallan jamás, con C., A. y S., una fondue, una creperie o una pizza en casa, cualquier excusa es válida para volver a casa, para sentirme en casa.
Y mi madre, y mi hermano, y mi ciudad inundada de obras y de poco bienestar. Pero es mi ciudad, y no estaba sola, estaba con D., y así todo reencuentro es aún más hermoso.
Yo no tengo dudas: necesito las palabras, mis palabras, para sentirme mejor, para encontrar mi lugar, pero no soy nadie sin ellos, sin mis amigos, sin esos ojos que me miran cuando lo preciso.
Es entonces cuando me siento más viva, cuando las palabras acuden a mí, cuando entiendo que esto es lo que quiero hacer: escribir.
Me oprimen los nervios, me diluyo en sentimientos, sueño con los ojos que miran la pantalla por el otro lado, en todos aquellos que nunca leerán esto, en la importancia (mucha o poca) de las letras, en el enorme privilegio de tener un refugio para mi alma.
Si estoy preocupada acudo a mi teclado, aunque eso no significa que sustituya ninguna otra cosa.
Nada puede sustituir a la mirada del interlocutor.
No cambio mis palabras por una cena como la que pasamos con H., Q. y esos dos regalos con forma de niña.
Ni las cambio por ese breve encuentro con A. y S., en torno a una mesa de cocina (nueva), con coca-cola light, Tina y mucho fútbol teñido de recuerdos.
Tampoco las cambio por otra cena con mis amigas, con las que no me fallan jamás, con C., A. y S., una fondue, una creperie o una pizza en casa, cualquier excusa es válida para volver a casa, para sentirme en casa.
Y mi madre, y mi hermano, y mi ciudad inundada de obras y de poco bienestar. Pero es mi ciudad, y no estaba sola, estaba con D., y así todo reencuentro es aún más hermoso.
Yo no tengo dudas: necesito las palabras, mis palabras, para sentirme mejor, para encontrar mi lugar, pero no soy nadie sin ellos, sin mis amigos, sin esos ojos que me miran cuando lo preciso.
1 comentario
Helena -
Un beso.