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El fin de los días grises

25 de abril

25 de abril Bien, llego tres días tarde. Pero es que esos tres días han sido de tal ajetreo que no he tenido ni un respiro para ponerme enfrente del ordenador y situar mis pensamientos.

Suena "Pasaba por aquí" en una versión de Castillo Blanco (Mexicanto).

A lo que iba:

25 de abril de 2008. Esta era una fecha que para mi padre debía estar marcada en letras de oro. Toda una vida trabajando (desde los 11 años) para que ese día llegara la ansiada jubilación. Un momento de inmensa alegría, horas de ocio, más tiempo de descanso, libros, películas, fútbol, mucho deporte, paseos por la playa, estar sentado en el sillón al lado de mi madre, ir con ella a uno y otro lado.

Ese día debería haber estado marcado a fuego, vivido a tope, soñado como el mejor de nuestros días.

Y sin embargo el 25 de abril de 2008 conocí al hijo de mi prima M., el pequeño Marquitos, que ese día celebraba su santo. Fuimos a Calahonda, mi madre, mi hermano y yo. Luego estuvimos comiendo en Rocamar, con mi D.
Compramos helado en "Inma", me mareé, pasé una tarde insufrible en el trabajo, cenamos de nuevo juntos los cuatro. Y no hubo ni un atisbo de felicidad.

Porque ese día, ese 25 de abril, mi padre habría cumplido 65 años. Pero no lo hizo, y no volverá a cumplirlos. Y nunca más un 25 de abril será un día que celebrar. Porque sin él, ¿qué sentido tienen los cumpleaños?, ¿la Navidad?, ¿su noche favorita, la de Reyes?, ¿una victoria del Madrid?

El vacío que él dejó es mayor que cualquier otra felicidad. Su ausencia me acompaña cada día. Intento hablar con él, pero ese simple intento me sirve sólo para derramar lágrimas. Como ahora mismo. Porque tenía que haber compartido aún tantas cosas con él, haberle escuchado más y más. Recuerdo su risa, sobre todo su sonrisa; recuerdo su olor, su cara de alegría. Le recuerdo cada segundo. Va conmigo donde voy, pero me falta. Y odio los 25 de abril. Y odio no poder llamarle y felicitarle.

Odio que ayer en el Bernabeu se me escaparan de nuevo unas furtivas lágrimas pensando en él.

Odio que mi madre se haya quedado sola.

Odio que no esté ahora al lado de mi hermano, ahora que lo necesita tanto.

Odio no poder contarle mi viaje, mi vida, mi todo...

Odio llorar como lo hago por su ausencia. Y es que papá, como ya dije alguna vez: en tu ausencia no existo. Te quiero, siempre.

Diana

5 comentarios

Raquel -

Ante esto me quedo sin palabras. Solo decirte que, una vez más, me sorprende tu fuerza y espíritu. Eres grande Di, muy grande. Un besazo enorme, porque te lo mereces y porque me da la gana enviártelo.

Salvador -

A veces entro a leer tu blog... siempre sin participar, pero hoy merece la pena... me gusta como escribes, saludos.

becquer99 -

Uno lee esto en uno de esos días sensiblones, como el que tenía ayer y que parece que hoy se prolonga, y la lectura acaba como acaba: con los lagrimones correspondientes.

Permíteme que te dé un abrazo gigante y que te admire mucho. Y aunque sea algo que te cueste expresar, permíteme que te diga, de corazón, que si crees que puedo ser alguien que te pueda escuchar, en cualquier momento y lugar cuentes conmigo.

Nos vemos ahora, compañera.

Miguelito -

Odia menos lo que no viviste y ama más lo que viviste.

Tú sigues viva, muy viva :)

Daniel -

La teoría de la que te hablé se vuelve a cumplir. Pero en esta ocasión con una excusa más.

Es difícil dejar un comentario a la altura de lo escrito por ti. Son preciosas tus palabras y más bonitos aún tus sentimientos.

Siento conocer a mi suegro a través de tus ojos y eso me llena. Seguro que a él también, esté donde esté.

¡Linda!