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El fin de los días grises

La familia

La familia Es extraño pasar un fin de semana en Madrid y no trabajar. Vamos, es extraño para mí, claro.
Me gusta la sensación de levantarme a la hora que sea (generalmente sin haber dormido mucho), con la felicidad de no tener horarios (y más ahora que no tengo reloj), con la tranquilidad de ver el sol por mi ventana y saber que el día está de mi parte, que hay tantas cosas que hacer. Hoy abren la piscina en mi urbanización, la verdad es que no es algo que me ilusione. La piscina dejó de gustarme hace ya muchos años. Quizás la tolero más cuando estoy en la playa, entonces sí, entonces se convierte en algo fundamental.
Ha llegado el verano, porque no, no nos engañemos, esto de primavera tiene poco por no decir nada. Ya sobra la ropa, el calor nos acompaña durante todo el día y parte de la noche y en la gente se dibuja una sonrisa especial.
Me voy de comida familiar. Uf, eso es duro, de verdad. No es algo que me entusiasme, quizás porque cada vez soporto menos la crítica injustificada que existe en mi familia, ante todo, ante todos. No puedo con ello, quién es nadie para juzgar el sufrimiento de una u otra persona y su manera de llevarlo adelante? De un tiempo a esta parte esa hipocresía me saca de quicio, y cada reunión familiar se convierte en un momento para potenciar mi paciencia, y si no lo hago mala solución tiene.
En fin, pero mi madrina celebra su cumpleaños, y ella se merece que esté ahí, y mi madre también me ha pedido como un favor que la acompañe, con lo cual, haremos de tripas corazón y dejaré de lado esta maravillosa mañana de sábado en Madrid para adentrarme en el Más Allá, en Móstoles, vamos. Todo sea por las tartas, al menos eso dulcificará el día.

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