Los Ángeles 84
Vine por primera vez a Denia en 1983.
Sin embargo mis primeros recuerdos concretos los guardo de 1984, cuando veraneé en la urbanización Los Ángeles, lo que me permitió en el mes de septiembre (glorioso mes de vuelta al cole) presumir delante de mis amigos de haber estado en Los Ángeles (juego de palabras obligado cuando había habido unas olimpiadas en dicha ciudad norteamericana justo ese verano, Los Ángeles 84).
Nos alojamos entonces en un bajo del bloque C, junto a la piscina, y no demasiado lejos tampoco de la playa. Recuerdo jugar ahí con mis clicks de Playmobil, ver la tele, comer, cenar, desayunar, llorar (porque siempre fui muy llorona). Recuerdo a mi madre, mi padre y mi hermano, y quizás a alguien más de mi familia, pero ese se difumina más.
Ya en ese momento conocí a M. y M., las gemelas. Dos hermanas que hasta hoy sigo viendo de vez en cuando por aquí, igual que a D., esa negrita recién adoptada por un matrimonio del pueblo que para nosotros era como la mascota.
Recuerdo a mucha gente de esa época, personas que han ido pasando y muchas otras que se han quedado. Porque Denia, porque esta urbanización, pese a todos sus problemas, era como un Aquí no hay quien viva. Mucho jaleo, muchas críticas, muchos cotilleos, pero al final nos sentíamos todos como una familia.
En el fondo mis veranos aquí eran una mezcla de esa serie y de otro gran programa basura, el programa basura entre todos: Gran Hermano.
Aquí convivías casi 16 horas diarias con los niños de tu edad. He aprendido a jugar a las cartas, he conocido ciertos grupos de música, jugado al fútbol, al volley-playa, al tenis, al escondite, empezado a entender los sentimientos más sinceros.
Me enamoré de los atardeceres de Denia, de la sensación de tumbarse en la orilla del mar escuchando música y escribiendo cartas. Adoro su silencio, añoro nuestros gritos infantiles.
Cuando me pongo a hablar de Denia podría no parar durante días. Y por eso, cuando me reencuentro con algunos de los que pasamos esos instantes no podemos parar de echar la vista atrás.
Éramos más jóvenes, éramos inocentes, éramos ingenuos, y ahora nos queda nuestro corazón lleno de emociones, y mil discos de recuerdos. Gracias a este pueblo, gracias a todos ellos.
Sin embargo mis primeros recuerdos concretos los guardo de 1984, cuando veraneé en la urbanización Los Ángeles, lo que me permitió en el mes de septiembre (glorioso mes de vuelta al cole) presumir delante de mis amigos de haber estado en Los Ángeles (juego de palabras obligado cuando había habido unas olimpiadas en dicha ciudad norteamericana justo ese verano, Los Ángeles 84).
Nos alojamos entonces en un bajo del bloque C, junto a la piscina, y no demasiado lejos tampoco de la playa. Recuerdo jugar ahí con mis clicks de Playmobil, ver la tele, comer, cenar, desayunar, llorar (porque siempre fui muy llorona). Recuerdo a mi madre, mi padre y mi hermano, y quizás a alguien más de mi familia, pero ese se difumina más.
Ya en ese momento conocí a M. y M., las gemelas. Dos hermanas que hasta hoy sigo viendo de vez en cuando por aquí, igual que a D., esa negrita recién adoptada por un matrimonio del pueblo que para nosotros era como la mascota.
Recuerdo a mucha gente de esa época, personas que han ido pasando y muchas otras que se han quedado. Porque Denia, porque esta urbanización, pese a todos sus problemas, era como un Aquí no hay quien viva. Mucho jaleo, muchas críticas, muchos cotilleos, pero al final nos sentíamos todos como una familia.
En el fondo mis veranos aquí eran una mezcla de esa serie y de otro gran programa basura, el programa basura entre todos: Gran Hermano.
Aquí convivías casi 16 horas diarias con los niños de tu edad. He aprendido a jugar a las cartas, he conocido ciertos grupos de música, jugado al fútbol, al volley-playa, al tenis, al escondite, empezado a entender los sentimientos más sinceros.
Me enamoré de los atardeceres de Denia, de la sensación de tumbarse en la orilla del mar escuchando música y escribiendo cartas. Adoro su silencio, añoro nuestros gritos infantiles.
Cuando me pongo a hablar de Denia podría no parar durante días. Y por eso, cuando me reencuentro con algunos de los que pasamos esos instantes no podemos parar de echar la vista atrás.
Éramos más jóvenes, éramos inocentes, éramos ingenuos, y ahora nos queda nuestro corazón lleno de emociones, y mil discos de recuerdos. Gracias a este pueblo, gracias a todos ellos.
2 comentarios
Helena -
Besos.Adiós.
Toperro -