Mis monografías I. Mi madre
Mi madre es un ser único.
Casi todo hijo diría esas mismas palabras de su madre.
Detrás iría una enorme retahíla de adjetivos, calificativos unos, epítetos otros.
Adjetivos al fin y al cabo que pudieran expresar de algún modo cómo nosotros vemos a nuestra madre.
Sé que sería imposible mostrarla tal y como es a vuestros ojos.
Sólo tengo palabras para hacerlo. Me falta enseñaros mi mirada, abrir mi corazón y desnudarme como una niña ante los primeros miedos.
Una madre es un ser único y la mía por supuesto que también.
Elisa es su nombre. El mismo que mi abuela. De ella ha heredado la tenacidad, la constancia, el sufrimiento, el amor incondicional por sus hijos y la lucha hasta la extenuación y una cosa que me admira: el ingenio.
Mi abuela era capaz de sacar agua de un desierto, y mi madre es igual que ella en eso. De donde menos te lo esperas ella saca algo, lo que sea, lo que necesites. Es aguda, muy ingeniosa, como ya he dicho.
No sabe lo que es el aburrimiento. Ha sabido sacar partido a cada minuto de su vida, como si quisiera absorber todo lo que ese Dios en el que ella cree (aunque cada vez de forma menos ciega) le ha puesto por delante.
Mi madre es madrileña, castiza pura y dura, del Lavapiés más profundo, de aquel de las corralas y los vecinos como familia. Con el medio siglo superado de largo y las fuerzas para llegar al siglo entero.
Pasó en su largo peregrinar gatuno por Usera, y recayó finalmente en San Blas, donde más o menos se estableció, donde conoció con apenas 14 años a otro chulito madrileño que se convertiría en su acompañante eterno hasta que la eternidad quiso.
Juntos ya se fueron a Aluche, a empezar a conocer las bonanzas económicas, progresar y formar una familia. Cuando nace mi hermano se toman un respiro, y 5 años después, deseada como nada, aparezco yo. A mis tres años nos mudamos a otro barrio, el definitivo por el momento, entre el Retiro y Moratalaz, entre la paz y el bullicio.
Vuelvo a mi madre. Trabaja en una juguetería, en otra, en las que haga falta para poder ayudar a su familia (siete hermanos, ella la segunda más mayor, un padre un poco golfo y mucha hambre, como correspondía a la época). Pasa también por alguna fábrica, donde sufre los castigos por parte de sus compañeras, mucho mayores y con más maldad.
Los tiempos que corren le impiden seguir haciendo lo que se le daba bastante bien: estudiar. Una gran espina que se le quedará clavada siempre.
Al casarse deja el trabajo, al que volverá cuando mi hermano y yo estemos ya criados. Entonces cambiará la vida de ama de casa por la de profesional liberal, montando con mi hermano un estudio de diseño gráfico. Sí, ahí donde la veis ( o la imagináis) mi madre aprende a usar un ordenador, una filmadora y demás elementos necesarios para el negocio. Se vuelve una empresaria, coge fuerzas y se dispone a comerse una nueva etapa de la vida.
En esos años felices la salud se burla de mi padre, y le detectan una enfermedad crónica que tiempo después supondrá la despedida definitiva.
Ahí es cuando mi madre empieza a comerse sus miedos, a callar, a llorar por las noches, a hacerse la fuerte. Un año, otro año, uno más, así hasta la decena.
Cuando las cosas parecían tornarse en positivas la suerte nos da la espalda, y una mala noche y peores médicos acaban con mi padre y con los sueños de mi madre. Los sueños por compartir por fin esa jubilación tan anhelada, tan necesitada. Los sueños de huir a su Denia querida y afrontar allí los años felices, sin obligaciones de por medio, sin nervios ni presiones.
El destino le gana a mi madre esa partida, y ella, hundida pero no vencida, se promete remontar el vuelo, por mi hermano, por mí, por ella, y por el recuerdo de quien más la quiso y la querrá.
Llegamos a estos días inciertos.
Mi madre ha tardado en volver a sonreír, pero en ocasiones le descubro una mueca simpática, mezclada con el abatimiento, el cansancio, el cada día vivir por los demás.
Baila en un grupo formado con sus amigas, ayuda a la gente necesitada en una organización, acude a residencias de ancianos a actuar para darles luz a días oscuros.
Mi madre ha volcado su vida rota en ser mejor persona. Y lo ha conseguido. Y lo consigue.
Y cada día me da una lección de fuerza sobrehumana, de fe en el amor, de amistad y comprensión.
Podré criticarle muchas cosas, claro que sí, tiene muchos defectos, pero no utilizaré mi blog para ello. Porque sé que a las personas que queremos de verdad debemos verles lo bueno y lo malo, pero no hundirlas ante el resto.
Mi madre es especial, es única, me quiere, la adoro, y cada día que pasa la necesito más.
Me enseña, me da ganas de ser mejor yo también, me recuerda que ella y mi padre quisieron formar una familia, y aunque mi padre ya no está para seguir luchando por ello, ella sola se ha encargado de consolidarla aún más.
Por eso, y por muchas cosas más, mi madre merecía esta breve pincelada sobre un lienzo en blanco. El resto de colores ponedlos cada uno de vosotros con los recuerdos de vuestra madre. Merecen esto y mucho más.
Gracias.
Casi todo hijo diría esas mismas palabras de su madre.
Detrás iría una enorme retahíla de adjetivos, calificativos unos, epítetos otros.
Adjetivos al fin y al cabo que pudieran expresar de algún modo cómo nosotros vemos a nuestra madre.
Sé que sería imposible mostrarla tal y como es a vuestros ojos.
Sólo tengo palabras para hacerlo. Me falta enseñaros mi mirada, abrir mi corazón y desnudarme como una niña ante los primeros miedos.
Una madre es un ser único y la mía por supuesto que también.
Elisa es su nombre. El mismo que mi abuela. De ella ha heredado la tenacidad, la constancia, el sufrimiento, el amor incondicional por sus hijos y la lucha hasta la extenuación y una cosa que me admira: el ingenio.
Mi abuela era capaz de sacar agua de un desierto, y mi madre es igual que ella en eso. De donde menos te lo esperas ella saca algo, lo que sea, lo que necesites. Es aguda, muy ingeniosa, como ya he dicho.
No sabe lo que es el aburrimiento. Ha sabido sacar partido a cada minuto de su vida, como si quisiera absorber todo lo que ese Dios en el que ella cree (aunque cada vez de forma menos ciega) le ha puesto por delante.
Mi madre es madrileña, castiza pura y dura, del Lavapiés más profundo, de aquel de las corralas y los vecinos como familia. Con el medio siglo superado de largo y las fuerzas para llegar al siglo entero.
Pasó en su largo peregrinar gatuno por Usera, y recayó finalmente en San Blas, donde más o menos se estableció, donde conoció con apenas 14 años a otro chulito madrileño que se convertiría en su acompañante eterno hasta que la eternidad quiso.
Juntos ya se fueron a Aluche, a empezar a conocer las bonanzas económicas, progresar y formar una familia. Cuando nace mi hermano se toman un respiro, y 5 años después, deseada como nada, aparezco yo. A mis tres años nos mudamos a otro barrio, el definitivo por el momento, entre el Retiro y Moratalaz, entre la paz y el bullicio.
Vuelvo a mi madre. Trabaja en una juguetería, en otra, en las que haga falta para poder ayudar a su familia (siete hermanos, ella la segunda más mayor, un padre un poco golfo y mucha hambre, como correspondía a la época). Pasa también por alguna fábrica, donde sufre los castigos por parte de sus compañeras, mucho mayores y con más maldad.
Los tiempos que corren le impiden seguir haciendo lo que se le daba bastante bien: estudiar. Una gran espina que se le quedará clavada siempre.
Al casarse deja el trabajo, al que volverá cuando mi hermano y yo estemos ya criados. Entonces cambiará la vida de ama de casa por la de profesional liberal, montando con mi hermano un estudio de diseño gráfico. Sí, ahí donde la veis ( o la imagináis) mi madre aprende a usar un ordenador, una filmadora y demás elementos necesarios para el negocio. Se vuelve una empresaria, coge fuerzas y se dispone a comerse una nueva etapa de la vida.
En esos años felices la salud se burla de mi padre, y le detectan una enfermedad crónica que tiempo después supondrá la despedida definitiva.
Ahí es cuando mi madre empieza a comerse sus miedos, a callar, a llorar por las noches, a hacerse la fuerte. Un año, otro año, uno más, así hasta la decena.
Cuando las cosas parecían tornarse en positivas la suerte nos da la espalda, y una mala noche y peores médicos acaban con mi padre y con los sueños de mi madre. Los sueños por compartir por fin esa jubilación tan anhelada, tan necesitada. Los sueños de huir a su Denia querida y afrontar allí los años felices, sin obligaciones de por medio, sin nervios ni presiones.
El destino le gana a mi madre esa partida, y ella, hundida pero no vencida, se promete remontar el vuelo, por mi hermano, por mí, por ella, y por el recuerdo de quien más la quiso y la querrá.
Llegamos a estos días inciertos.
Mi madre ha tardado en volver a sonreír, pero en ocasiones le descubro una mueca simpática, mezclada con el abatimiento, el cansancio, el cada día vivir por los demás.
Baila en un grupo formado con sus amigas, ayuda a la gente necesitada en una organización, acude a residencias de ancianos a actuar para darles luz a días oscuros.
Mi madre ha volcado su vida rota en ser mejor persona. Y lo ha conseguido. Y lo consigue.
Y cada día me da una lección de fuerza sobrehumana, de fe en el amor, de amistad y comprensión.
Podré criticarle muchas cosas, claro que sí, tiene muchos defectos, pero no utilizaré mi blog para ello. Porque sé que a las personas que queremos de verdad debemos verles lo bueno y lo malo, pero no hundirlas ante el resto.
Mi madre es especial, es única, me quiere, la adoro, y cada día que pasa la necesito más.
Me enseña, me da ganas de ser mejor yo también, me recuerda que ella y mi padre quisieron formar una familia, y aunque mi padre ya no está para seguir luchando por ello, ella sola se ha encargado de consolidarla aún más.
Por eso, y por muchas cosas más, mi madre merecía esta breve pincelada sobre un lienzo en blanco. El resto de colores ponedlos cada uno de vosotros con los recuerdos de vuestra madre. Merecen esto y mucho más.
Gracias.
6 comentarios
niob3 -
Jon -
Gracias.
Miguelito -
Helena -
Gracias.
Besos.Adiós.
thalasos -
Si tienes reparos, házmelo saber, y quito el enlace.
Si no te molesta, pues mejor.
Thalasos -
Me ha encantado.
Felices días.