Meterme en mi burbuja
Cada vez parece más difícil ponerse a escribir algo en este espacio.
El Facebook, Tuenti, Twitter, y demás redes sociales parecen haber roto la magia del blog.
Antes también estaba el Fotolog, que era más sencillo aún, más cercano para muchos y más práctico. Nunca me enganchó.
De hecho, me creé un usuario pero nunca recuerdo ni el nombre ni la contraseña, con lo cual aunque me muera de ganas de contestar a los escritos de mi admirado Becquer, me tengo que aguantar, por no crearme otro nuevo nick.
En fin, ¿el fin del blog se avecina? No hablo de éste en particular, sino del blog en general.
Hubo una fiebre, tal vez como casi todo, desproporcionada, y ahora se han sumido en el silencio.
Yo me imagino que los blogs hablan entre ellos, y se preguntan qué han hecho mal, ¿por qué ya no vienen a contarnos sus pensamientos, sus alegrías o sus penas? No sabría contestar.
Quizás es que cada día siento que tengo menos cosas que contar. Que aunque soy medianamente feliz (y eso es mucho), no dejo de tener una vida rutinaria, que rompo con pequeños viajes, trayectos, ilusiones, que a veces son difíciles de reflejar aquí.
Nunca he sido una persona de llegar y empezar a contar pequeñas anécdotas. Por eso tal vez los silencios muchas veces han prevalecido en las conversaciones con ciertas personas, y por eso también no me buscan como la persona que les va a animar la tarde en el trabajo (o en cualquier otro entorno). No soy el alma de la fiesta, ni lo pretendo. No quiero que me vean como la diversión personificada. Prefiero que ciertas personas crean que soy alguien aburrida y monótona. Total, a ellas nada tengo que demostrar.
Me sirve, me basta, me sobra, me llena, que tenga a ciertas personas que realmente se esfuerzan por disfrutar segundos de su vida conmigo. No me hace falta ponerme la flor en la cabeza ni el vestido de faralaes. Esas personas me quieren por mis silencios, mis ralladas, mis extraños pensamientos, mi forma de hablar. No juzgan si me maquillo más o menos, todo o nada. Si me pongo una falda o un pantalón. Si voy al peluquero tres, cuatro o mil veces al año. A esas personas les gusto yo, como soy, como parezco, como quiero. Y por eso esas personas son mis amigos. Porque no me llaman para ir a la feria, ni se enfadan si no voy a una fiesta. Porque no me buscan para tomarnos unas copas, pero sí cuando necesitan simplemente oír una voz amiga. Porque con esas personas puedo emborracharme o no beber ni una gota de alcohol, y ser igualmente feliz, o más. Porque me aburren las superficialidades, las palabras falsas, los ojos que te miran pero no ven, y los silencios que no saben aprovecharse.
No existen silencios incómodos, sino personas con las que no te sientes cómoda.
Cada día necesito menos a la gente, a prácticamente toda la gente. Prefiero meterme en mi burbuja. Compartirla con quien no me exige nada a cambio y mostrarles lo mejor de mí. Porque sí, porque por esa gente yo me esfuerzo hasta morir por ser mejor cada día.